Si estuviéramos más unidos…


Hemos visto como las armas de separación de aquellos que creen en el «divide y vencerás» funcionan cruelmente efectivas. Hemos vivido en primera persona como el destino de muchos millones de seres humanos, al final, puede estar en las manos de unos pocos. Y hemos constatado en los últimos años que realmente somos títeres de un gran circo dirigido por aquellos que se preocuparon de entender e integrar las leyes sagradas para dominar a las masas. Son tiempos donde la irresponsabilidad para con uno mismo que practicamos desde hace años, queda a la vista de todos y aún hay quién intenta esconderlo por vergüenza a reconocer que se equivocó.
Muchos han perdido la fe en la humanidad, y motivos no faltan si nos centramos en la indiferencia que reina en el mundo y la apatía de los últimos tiempos. No, razones no faltan, pero también es cierto, que las mentes calculadoras que dirigen a las sociedades hacia el destino que ellos eligen para todos, carecen de la virtud mas esencial de los seres humanos; la compasión. Sin darse cuenta, crean un efecto rebote al tratar de estupidizar a las personas. Muchos se espabilan, se sacuden el polvo de la indiferencia y arrancan su verdadera vida guiados no más por su instinto y el latir de su pasión. Muchos se revelan, se interesan por descubrir las causas de lo que acontece en lo superfluo y despiertan en lo profundo. Muchos se cuestionan lo que han creído hasta ahora, los valores inculcados de sociedades corruptas y comprenden que hay algo que se les está escapando, como si viviéramos una vida sin nosotros. Y en ese vacío, en la conciencia de que algo fundamental falta, se enfrentan a sus miedos logrando victorias increíbles. Pero no quiero hablar de lo que a estas alturas es evidente y es personal, de cada uno. En este artículo, en este pequeño granito de arena, quiero hablar del siguiente paso, de ese que se hace necesario cuando descubres las propias verdades de este mundo, el paso de unirnos en conciencia y materializarlo en eso que llamamos realidad. Y para comprender bien este punto y hacia donde nos dirige el camino correcto, ese que no tiene atajos, hemos de ser honestos con la actitud que tuvimos hacia aquellos que nos quisieron prevenir de este desastre global y tratamos con desdén y frivolidad. Esos que los llamaban conspiranoicos, charlatanes y herejes. Esos que amaron tanto la verdad que pagaron el precio del rechazo y la ignorancia. Esos que hoy, cansados de no ser reconocidos en aras del bien común, siguen escribiendo y comunicando un mensaje necesario para la vida. Esos, en los que me incluyo, a los que ya nos les importa ganar o perder, que se alegran con las pequeñas victorias y aún se entristecen por los atascos que crean las resistencias, pero que ya no tienen el propósito de cambiar nada externo. A los que nos vale con que este instante tenga sentido y coherencia. A los que saben que la unión necesaria para crecer en sociedad se encuentra en el silencio del corazón, en el eterno presente. Somos todos aquellos que aprendimos a amar al enemigo y que vemos con sorpresa cuando un ser humano vive olvidando que necesita a los demás para cumplir el propósito de su vida, como un niño torpe que sufre porque su fantasía no encaja en la realidad. Los que pasamos esa noche oscura del alma, sabemos que el siguiente paso es unirnos, amarnos, compartirnos y reeducarnos en base a esas experiencias. Aprendices de lo natural. Observadores de la coherencia. Protectores de la integridad. Los facilitadores del perdón y la benevolencia. Los chamanes de los secretos del Universo. Todos somos todos esos, sólo que algunos juegan a olvidar, otros a que se olviden y los conscientes, a desaprender para recordar que es necesario unirnos, primero en conciencia y luego en proyectos y formas de vida completamente nuevos y renovados para que podamos ser la mejor humanidad posible, para que ayudemos a la madre Gaia a dar este salto evolutivo.
Algunos siempre tenemos esa percepción errónea de que vamos tarde y mal, que los poderes oscuros de este mundo cada día son más fuertes y ganan terreno mientras la resistencia aún anda entendiendo que estamos en guerra. Digo percepción errónea, la del teatro del mundo, porque en lo profundo de nuestro corazón, siempre sabemos que estamos donde tenemos que estar viviendo lo que tenemos que vivir, y que hay un Plan que es infalible. No obstante, aprovechar esa percepción errónea para ser más activo en la dirección correcta, es útil y ayuda a sacudir conciencias de los pasivos y de los perdidos. Porque no es que estemos dormidos como afirman algunos, es que estamos perdidos, sin dirección. Y este es el punto a tratar ahora: Hemos sido criados el la cultura del yo, del tener, del competir y producir por encima de todo lo demás. No fueron importantes las materias relacionadas con el conocimiento del cuerpo y la salud, la conciencia del cosmos y la multidimensionalidad de este universo. No, de eso no nos hablaron en el colegio. Y ahora, que levantamos un poco la cabeza, que en ciertos momentos podemos elevar la conciencia y vemos empíricamente como esas teorías alocadas de «todos somos uno» y «todo está conectado» se transforman en experiencia pura revelando la verdad oculta. Son momentos fugaces. Pequeñas epifanías que nos traen el recuerdo profundo de quiénes somos en realidad y para qué estamos aquí. Y se revelan con certeza, es decir, que no admite duda para el corazón pero que la mente limitada del yo, aún no deja que se integre como algo real y natural. Y en ese punto estamos. Conscientes de las propias verdades y, por tanto, de las mentiras de este mundo, y sin una mentalidad que me permita reconocer el mismo impulso en los demás, ni unirme a ellos, ni construir y potenciar sus ideas. No sabemos lo mucho que necesitamos esto en estos tiempos. Seguimos creyendo que podemos conseguirlo solos como quien consigue un trabajo o una hipoteca, ignorando la necesidad de sentir el corazón de un hermano, la obviedad de que solos no vamos a ninguna parte.
Aún tenemos miedo de mostrar el miedo, de compartir la abundancia, de llorar juntos… Aún nos produce vergüenza decir «te amo», abrazar sin motivo aparente, reconocer el poder del perdón… Aún nos resistimos porque creemos más en el «yo» que en el «nosotros». En esencia, el error aquí es seguir queriendo hacer real lo que dice el «yo» que es de naturaleza ilusoria, o en otras palabras, la falta de perdón. El no reconocer la propia ignorancia, los propios autoengaños. Parece que aceptar que hemos sido engañados es un precio demasiado costoso para nuestra inteligencia occidental y colonialista. Y sin ese paso, esa experiencia interna de perdonarse a uno mismo, no hay aprendizaje ni cambio, porque este cambio que viene y que cada vez se siente más claro, o es de conciencia o no será.
Ni pesimista ni optimista, ni realista o soñador. Comparto este siguiente paso contigo a ver si tu corazón te anima a acercarte un poquito más a ese que tienes enfrente. A ver si enfocamos nuestra atención en las resistencias que supera cada uno cuando se atreve y propone algo nuevo, en lugar de escuchar desde ese ego altivo que produjo tal sordera cuando algunos alertábamos de un peligro que no apetecía mirar. A ver si maduramos y nos damos cuenta de que no elegimos los tiempos que vivimos pero sí cómo los vivimos. Y si a ti también te pasa que te sientes triste al ver la parsimonia de otros, hagamos de ese sentir, un impulso hacia lo creativo, pues hay mucho que hacer en este mundo de ilusiones. Hay mucho que recuperar para la humanidad robada y engañada. Hay que hacer justicia y no venganza desde la certeza interior de cada movimiento hacia lo correcto y vencer la tentación de lo conveniente. Hay que redimir hermano, hay que perdonar hermana. Es la única manera de unirmos, reconocer nuestro poder y dejar de tener miedo. Recuerda:
«Solos somos mortales. Juntos, eternos…»
Piensa solo. Siente unido.

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