¿Qué crisis?

¿Quién dijo crisis?

Vivimos en unos tiempos de comodidades desmedidas. Todo parece caminar hacia el mundo de la parálisis total donde se pueda controlar todo desde un botoncito de un teléfono. El lema parece ser como «no hagas nada, disfruta de todo como disfrutaste ayer». De tal forma es que, al mínimo acontecimiento inesperado lo catalogamos de crisis y tendemos (a veces de manera patológica) a exagerar el problema y a dramatizar como si del fin del mundo se tratase. Exageramos el dolor, los posibles peligros, las adversidades, etc… y a ser posible, pintamos el peor de los escenarios futuros. En este sentido, podemos constatar que los seres humanos hemos perdido la justa medida de las cosas, la tan útil templanza, para venerar el pánico, el desastre y el caos como norma general de nuestro día a día. Está bien anticiparse a los peligros. De hecho, está en nuestra naturaleza procesar la información del entorno en busca de posibles adversidades. Se llama adaptación y, gracias a ella, estamos vivos después de millones de años de evolución. Por tanto, cabe destacar que la interpretación de la palabra crisis, hoy por hoy, tiene un significado cultural alejado de lo que para la evolución y la adaptación son realmente las crisis. En este planeta ha habido miles de «crisis» que han dado forma al medio permitiendo el equilibrio y la proliferación natural de la vida. Y en nuestra especie, la raza humana, también han existido épocas decisivas que bien pudieron acabar con nosotros y, sin embargo, aquí seguimos…

La palabra crisis deriva del griego krísis ‘decisión’, del verbo kríno ‘yo decido, separo, juzgo’, y designa el momento en que se produce un cambio muy marcado en algo o en una situación, como por ejemplo en una enfermedad, en la naturaleza, en la vida de una persona, en la vida de una comunidad, etc… Por tanto, crisis es cambio, dejar ir una parte para aceptar otra. Lo nuevo reemplazando a lo viejo que hasta ahora era útil. Cuando cambian los entornos y lo viejo se mantiene por miedo al cambio, lo viejo, es decir, lo que había sido útil hasta ahora, se convierte en una carga difícil de gestionar. Y no importa de qué ámbito estemos hablando. La dinámica es siempre la misma. Muchas personas creen estar abiertas a un cambio, pero en su fuero interno, no están dispuestas a soltar todo lo que les había servido hasta ahora. Esta situación genera una tensión difícil de soportar a varios niveles y es por eso que se necesitan las crisis como solución a una situación o a una gestión insostenible. Por tanto, que una crisis sea algo que beneficia o algo que genera tensión depende únicamente de la resistencia que pongamos a aceptar lo bueno. Si nos fijamos en la naturaleza, las crisis se viven con plena aceptación, sin perder ni un instante en buscar nuevas maneras de adaptación, nuevas capacidades hasta ahora ocultas, nuevos modelos de supervivencia. Y no existe la pena por lo que pudo haber sido y no fue. Sencillamente, no cabe esa nostálgica reflexión ya que toda la energía se fija en los nuevos retos a superar, lo que hará posible una evolución eficiente. Los humanos, en cambio, derrochamos nuestros talentos en tratar de cambiar el entorno para que todo siga igual en lugar de cambiar nosotros y aceptar que la vida es constante cambio. Las crisis tan sólo son el empujón para un nuevo estadio de conciencia capaz de sacar a la luz talentos olvidados que, a la larga, nos harán vivir mejor.

En el reino animal como en el nuestro, las crisis producen dolor. Lo que los humanos hacen que no hace la inteligencia animal es transformar ese dolor en sufrimiento constante. Interpretarlo hasta conseguir el argumento perfecto que justifique el inmovilismo. ¿Se han fijado cómo el drama y el victimismo están tan socialmente aceptados? En nuestra cultura se prioriza el sufrimiento ante las crisis en lugar de enfocarse en los recursos disponibles y en los posibles maravillosos futuros. Gastamos tiempo y energía en sostener el sufrimiento de otros, tratando de hacer por ellos su función dado que consideramos que ellos, por sí mismos, no pueden. Porque una cosa es ayudar, sentimiento muy humano y también necesario para la evolución, y otra muy distinta es creer las razones de quien no acepta que tiene que cambiar. Esto, dicho de otra forma, es resistirse ante la ley natural de que todo es cambio.

«Toda causa de sufrimiento tiene su origen en una resistencia»

Buda

 

Las crisis son oportunidades de cambio intrínsecas en nuestra naturaleza. Fases de caos para dar lugar al orden. Permiten sacarnos de nuestra zona de confort, tan anclada en nuestra cultura, y sacar lo mejor de nosotros. Y sí, las crisis también producen muerte como parte de un renacimiento. En ese sentido, cabe tener presente que las reglas de adaptación en este mundo son sencillas pero tajantes: Si evolucionas vives. Si te resistes, pereces. Cabe recordar que el 96% de las especies que han poblado este planeta se han extinguido, por tanto, ese ciclo de muerte y renacimiento, por mucho que nos cueste integrarlo, forma parte de la evolución de la vida. Quizá, haya que replantearse la actitud de victimismo y exageración del dolor como forma de adquirir reconocimiento en nuestra sociedad. Quizá, el simple hecho de tener una actitud mental que afronte los cambios, sea más que necesaria en los momentos actuales. Porque sienta bien, sienta muy bien cuando escuchas a alguien hablar con discernimiento ante una adversidad. Renace la admiración cuando observas y compartes los logros de otros ante las dificultades. Resulta realmente esperanzador cambiar ese alarmismo por calma y virtud, y actuar sabiendo que los errores forman parte de nuestro aprendizaje en lugar de tener miedo a equivocarnos. Y ese coraje, o lo usas o no, porque tenerlo, lo tenemos todos como parte de nuestro bagaje natural. Las crisis pasan, pero no todos aprenden las lecciones.

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