El miedo es una opción

Siempre se ha sabido que el miedo paraliza, pero ¿sabemos porqué y para qué sentimos miedo? A nivel mental, todos tenemos claro qué es el miedo y lo que se siente cuando se experimenta. Generalmente juzgamos la sensación física asociada al miedo como desagradable y, en consecuencia, tratamos de huir de ese estado que tanto nos paraliza. Tal vez, conviene recordar qué es el miedo en esencia, cómo opera esta emoción a nivel neuronal, cuáles son sus manifestaciones físicas y qué tipo de gestión hacemos ante la emoción de miedo.images (86).jpg

Cuando decimos «se me ha hecho un nudo en el estómago» pensamos que es una expresión y que lo decimos en un sentido metafórico, pero en realidad, es literal. Para nuestro inconsciente, tener miedo implica el inicio de una serie de procesos biológicos, entre ellos, se cierra la boca del estómago, pues si hay miedo hay peligro, y los procesos de digestión y asimilación de alimentos pueden esperar. Pero reflexionemos sobre el miedo en sí. La mayoría de los miedos que padecemos son fruto de una interpretación mental, un análisis del entorno en el que se localizan amenazas para la propia integridad. Cabe diferenciar estos miedos de los miedos más profundos que se relacionan con la propia supervivencia. Por ejemplo, no es lo mismo tener miedo cuando se está a una altura considerable y la vida está en riesgo, a tener miedo de no caer bien a determinadas personas. Uno es cuestión de supervivencia biológica, el otro es lo que se denomina un miedo o fobia social. En ambos casos las reacciones fisiológicas son iguales, pero es importante destacar que en el segundo caso, somos nosotros y nuestra propia proyección de lo que puede pasar lo que pone a la biología en alerta. Cuando sentimos miedo por alturas, o por una violencia o ataque a la integridad física, el inconsciente toma el mando automáticamente puesto que aquí la amenaza es real e inminente y nuestra biología no puede esperar a que racionalicemos toda la información para dar una respuesta. Es el caso por ejemplo, de un conductor que da un volantazo cuando se cruza alguien en la calzada. Él no decide girar el volante. Es el inconsciente el que anula el lóbulo frontal (pensamiento racional) y emplea una respuesta que nosotros llamamos instintiva. En este caso, el miedo es una herramienta útil, como lo son todas las emociones cuando se comprenden. De manera arcaica, el miedo nos ha ayudado a sobrevivir durante milenios de evolución. El miedo nos avisa de que existe un peligro para la propia supervivencia y que debemos huir. Este miedo es comprensible, sí, pero es irracional. Debemos ser conscientes de que «miedo» es solo una etiqueta que nosotros ponemos a un estado, y que en la mayoría de los casos, el miedo es provocado por una interpretación subjetiva de la realidad que nosotros mismos hacemos. Es como si fuésemos adictos a predecir todo lo peligroso en las situaciones que vivimos antes que observar todo lo amoroso que puede haber. Así es nuestro sistema de pensamiento. Filtra toda la información del momento presente, lo compara con hechos sucedidos y experiencias similares pasadas. En este proceso, el inconsciente se centra en las posibles amenazas y automáticamente, proyecta posibilidades en el futuro para prever o protegernos de esa amenaza. Todo este proceso es fruto de millones de años de evolución y debemos respetar y comprender que muchos de los miedos que padecemos tienen su sentido y propósito, y que son, en esencia, programas de supervivencia que se activan en base a la información del entorno que se percibe. No obstante, el ser humano tiene la capacidad de reprogramarse a sí mismo. Esto es lo que nos hace diferentes de los animales, la conciencia sobre nosotros mismos y el poder de cambiar la realidad subjetiva, es decir, la percepción, siempre a través del pensamiento. Tal vez, no lleguemos a reprogramar los miedos más profundos, como el miedo a morir o el miedo a no comer, pero hasta llegar a lo más profundo, sí hay muchos miedos que son asequibles para nosotros en el sentido de que se pueden cambiar con determinación y paciencia. Si lo que produce el miedo es una interpretación hostil de la realidad, entonces, por lógica, si cambiamos nuestra manera de pensar sobre el entorno cambiaremos nuestra percepción de éste y la reacción fisiológica no será tener miedo dado que la nueva interpretación que podemos hacer no evalúa los peligros sino las oportunidades. Es una batalla entre la motivación o el miedo, entre la certeza interior de paz o la inquietud de descontrol, entre reaccionar u observar, entre enemigos o maestros, entre hogar u hostilidad. Cuando no somos conscientes de nuestra observación, es fácil reafirmar que hay muchos motivos para tener miedo dado que es el propio estado de miedo el que interactúa con el entorno y crea más motivos, en apariencia externos, para tener miedo. Confundimos causa y efecto y esta confusión hace que perdamos nuestro poder de cambiar. Pero veámoslo así: la causa es un estado interior de peligro o amenaza (miedo), la consecuencia es una percepción basada en peligros y amenazas. Como reza UCDM «la imagen externa de una condición interna». En este sentido, hay una raíz muy profunda en todos nosotros fruto de una interpretación errónea que se ha fortalecido durante siglos de educación castrante basada en la culpabilidad. Esta raíz que todos compartimos es el miedo a la separación, a estar solo y apartado del resto. Nuestros cinco sentidos perciben de forma separada, es decir, lo que toco es externo a mí, lo que veo está fuera de mí, lo que escucho proviene del exterior,… y nuestra conciencia no goza de la autoridad suficiente como para aceptar que todos esos estímulos externos son experimentados en el interior. Cuando digo que tal persona es simpática, la experiencia de simpatía está en mí. Cuando critico a alguien sucede exactamente lo mismo. Y lo que hace a este proceso magnánime es que en realidad solo encontramos aquello que buscamos. Es decir, experimento que una persona es simpática porque tengo la necesidad interna de sentir simpatía. Es aquí donde usamos eso que la psicología llama la proyección. Gran parte de la vida nos la pasamos reafirmando que hay muchas cosas de que protegernos en el mundo y lo que conseguimos realmente pensando así es crear todos los peligros necesarios que justifiquen y sean coherentes con ese estado interno. Como decía, esto es fruto de ese miedo a estar separado. En el catolicismo a esto se le llama el sueño de Adán y, ciertamente, es un sueño que perdura hasta nuestros días pues en ninguna parte de la biblia se dice que Adán haya despertado. La psicología parte de la idea de que es la personalidad (ego) la que necesita ciertos reajustes para vivir en la normalidad pero asume de antemano que estamos separados. Por eso, la verdadera causa de todo sufrimiento continúa por muchos «ajustes» que se le hagan a la personalidad, pues la personalidad es en sí misma, la raíz de toda separación y sufrimiento. La primera ley del budismo sustenta que «la vida es sufrimiento», dado que toda proyección es fruto de un apego, de un deseo o un rechazo que se apoya en un juicio. El juicio, por naturaleza, fragmenta y divide, por eso es imposible comprender la totalidad usando el pensamiento racional. Esta es en esencia, la paradoja o la trampa mental que mantiene activo el miedo en nosotros. En verdad, no hay un motivo real para tener miedo, es el bucle mental de miedo a tener miedo lo que lo hace parecer tan real. Es el apego a la idea mental de que existe algo peligroso, la aceptación sin transigencias de la proyección que hacemos, la creencia en nuestro propio juicio, el énfasis que ponemos en convencernos de que lo que vemos es real y de que hay muchos motivos por los que decidir protegerse. Somos víctimas de nuestros juicios e interpretaciones sin darnos cuenta de que es este proceso el que crea una sociedad repleta de peligros potenciales.

¿Qué pasaría entonces si descubrimos que no existe la separación? Si la creencia en la separación produce ese estado de miedo, ¿qué pasaría si incluimos una manera de pensar y percibir holística? Según Krishnamurti, es aquí donde reside la sensación de seguridad, en amar al otro haciéndole sentir que el miedo es solo la elección de un pensamiento basado en separación, y que se puede elegir de nuevo en el instante presente prescindiendo de la memoria. En este proceso existen muchos grados o niveles de conciencia, donde los miedos más arcaicos están en los niveles más profundos de la mente. Por tanto, aquí tenemos dos cosas importantes sobre las que reflexionar y trabajar: una, el amor incondicional, que es la que nos hace trascender las falsas necesidades del yo, haciéndonos sentir seguros y libre de cualquier miedo, y dos, el acto de sentir compasión por el otro hace percibir la propia proyección, dejando al descubierto la ilusión de la amenaza. Esto nos lleva a experimentar una realidad unificada donde la separación sencillamente se desvanece porque se hace palpable y evidente que no puede ser real salvo en el mundo de las ilusiones. Incondicionalidad y experiencia. La primera es una decisión, la segunda hace que la mente racional comprenda, pues el cerebro se programa y aprende únicamente cuando experimenta. descarga ++.jpg

A un nivel biológico, el miedo hace que nos protejamos de los posibles peligros, pero seamos conscientes de que es nuestro pensamiento e interpretación del entorno lo que hace que nuestra biología perciba un peligro. Nuestro inconsciente no distingue entre algo real y algo que solo está en nuestro pensamiento. Cuando pensamos en términos de amenaza, estamos poniendo a toda nuestra biología en alerta, y lo más seguro es que en ese instante de nuestra vida, no esté pasando nada peligroso. Un buen ejemplo de esto, es cuando sentados en nuestro sofá de casa empezamos a pensar que el banco nos va a embargar la casa porque no tenemos suficiente dinero para pagar. En ese instante, estamos sentados, en nuestra casa, a salvo, pero nos convencemos de que hay un peligro. Nuestro inconsciente biológico empleará una respuesta a esta amenaza que, dependiendo de la persona, se vivirá como una amenaza a mi territorio o a mi supervivencia. Vivido muy intensamente y de forma repetida, esto puede desencadenar en una metástasis pulmonar, entendiendo este síntoma como una respuesta biológica con su sentido particular. Lo más importante de esta escena es que nos demos cuenta de que en realidad ¡no está pasando nada! ¡No hay una amenaza real! Pues tan solo estoy sentado en el sofá de mi casa.

Esto es poder. El ser humano tiene este poder intrínseco en su manera de pensar y actuar. Aceptarlo implica aprender el arte de vivir, siendo maestro de una realidad y no víctima o verdugo de ella. Como vemos, el miedo es el sustento de todo este proceso. A nivel neuronal, no pensamos igual cuando sentimos miedo. Nos metemos en un estrés mental generado por el ansia de necesitar una solución satisfactoria, y cuanto más buscamos esa solución más miedo sentimos, pues lo único que estamos consiguiendo es reforzar y hacer real que estamos en peligro. En términos físicos, lo que sucede es muy interesante. Desde Einstein, se sabe que el tiempo y el espacio son relativos. Con la mecánica cuántica, aprendemos que esa relatividad es producida en virtud de un observador, es decir, nosotros. El miedo es un estado de vibración bajo que al interactuar con la materia hace que el átomo se comprima. Esto nos hace percibir el miedo más real. El tiempo a su vez, pasa más despacio para nosotros, la materia se percibe más y más real, lo que retroalimenta nuestra sensación de miedo. Es el principio de entropía. Una retroalimentación infinita susceptible a nuestra intencionalidad.

Bien. Hay una manera muy simple de salir de estos bucles de miedo y separación. Primero de todo entender que creer es crear, y como ya hemos explicado, una interpretación de la realidad que se base en separación va a generar inevitablemente miedo. Mantener una mente atenta y no dar rienda suelta a pensamientos amenazantes es fundamental. El miedo se alimenta de tu idea de lo que es tener miedo. Es tu rechazo lo que lo hace mas fuerte y real, por tanto, abrirse a experimentar el miedo hace que desaparezca. Cuando uno se abre a escuchar la emoción comprende que las emociones en sí mismas son como los mensajeros. No contienen la información en sí, si no que son la respuesta a dicha información. Detrás del miedo está la verdadera causa de él y, con todo el amor del mundo, debo decirte querido lector, que tú eres la causa, en el sentido de la interpretación que haces en un nivel mental. Como bien dice UCDM, no podrás evitar las consecuencias de ese campo de batalla que tú mismo has creado, sin embargo, puedes renunciar a creer que el mundo es así de peligroso y encontrar ese espacio de seguridad dentro de ti que te permita reconocer los juicios que haces que te llevan al miedo. Para reconocer ese espacio necesitas a las personas. Ellas son la fiel imagen de tus proyecciones, el testigo de tus juicios. Perdonarlos y amarlos hace que se quite el velo de ilusión para que puedas reconocer la verdad en ti a través de ellos. Esto se consigue, como decía, abriéndose a la experiencia del miedo, pues el miedo no necesita ser comprendido, más bien solo necesita ser liberado. Cuando se libera, entonces y solo entonces, es cuando la mente comprende. Tal vez esto es lo que quieren decir los evangelios cuando dicen «abridle los brazos al mal», es decir, a aquello que crees que es malo.

Tú no eres el miedo al igual que no eres la alegría. Tú solo eres el que experimenta miedo o alegría. Si llegas a ser consciente de esto hecho habrás acabado, aunque solo sea por un instante, con la separación. Pregúntate si no es esto lo que quieres para el mundo y sé el ejemplo consciente de que el miedo no es real, tan solo es una opción, una alternativa al bien que hay en nosotros.images (87).jpg

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